sábado, 24 de abril de 2010

Nunca estamos conformes del quehacer de los demás,
y vivimos a solas sin pensar en los demás.
Como lobos hambrientos acechando a los demás,
convencidos de que son nuestro alimento.

Los errores son tiestos que tirar a los demás,
los aciertos son nuestros y jamás de los demás.
Cada paso es un intento de pisar a los demás,
cada vez más violento es el portazo de los demás.

Las verdades ofenden si las dicen los demás,
las mentiras se venden cuando compran los demás.
Somos jueces mezquinos del valor de los demás,
pero no permitimos que nos juzguen los demás.

Apagamos la luz que por amor a los demás,
encendió en una cruz el que murió por los demás;
porque son ataduras comprender a los demás,
caminamos siempre a oscuras sin pensar en los demás.

Nuestro tiempo es valioso pero no el de los demás,
nuestro espacio es precioso pero no el de los demás.
Nos pensamos pilotos del andar de los demás,
donde estemos nosotros que se aguanten los demás.

Condenamos la envidia cuando envidian los demás,
cuando lo nuestro es desidia que no entienden los demás.
Nos creemos electos entre todos los demás,
seres pluscuanperfectos con respecto a los demás,
olvidando que somos los demás de los demás.

Que tenemos el lomo como todos los demás,
que llevamos a cuestas unos menos y otros más.
Vanidad y modestia como todos los demás,
y olvidando que somos los demás de los demás.

Nos hacemos los sordos cuando llaman los demás,
porque son tonterías escuchar a los demás.
Tildamos de manía al amor por los demas,
y a veces se nos olvida que Él murió por los demás.

¿Qué puedo yo hacer por los demás? Animarlos, sostenerlos; apoyarlos y edificarlos como el Señor lo demostró;
porque Él, sin pensarlo, sí pensó en los demás!

No quiero hundirme nunca en el pozo del egoísmo y la vanidad, como cuando no conocía la Verdad. Bastante egoísmo hay en el mundo, bastante vanidad a nuestro alrededor. Creo que este día, y todos, son grandes oportunidades para pensar en los demás. Animarlos, sostenerlos, fortalecerlos y sobre todo amarlos, como Él nos ha amado. Día tras día pensamos y oramos por Ustedes, y también por los demás. (I Tesalonicenses 5:11).

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